Las plantas herbáceas poseen tallos flexibles. Las herbáceas perennes viven tres años o más, repitiendo ciclos de crecimiento, floración y fructificación durante varios períodos. Se diferencian de las plantas herbáceas anuales en que, luego de reproducirse, estas últimas finalizan su ciclo, mientras que las perennes inician en algún momento una nueva estación de crecimiento, lo que repiten año tras año.
Según su comportamiento invernal, las herbáceas perennes se clasifican en dos categorías: las siempreverdes, que conservan su follaje prácticamente durante todo el año; y las vivaces, cuya parte aérea desaparece casi totalmente durante los meses más fríos, rebrotando en la siguiente primavera.
Flores a pleno, desafío para viveristas y jardineros
Algunas herbáceas perennes llegan a florecer en el primer año de su instalación, otras lo hacen durante el segundo. Esta característica es uno de los aspectos que ha dificultado una mayor difusión de estas plantas: los viveristas, por razones de espacio, no pueden mantener una planta durante dos años esperando que alcance su atractivo como floral, pero los compradores generalmente quieren adquirir plantas en plena floración (sin tener en cuenta que esto no es lo aconsejable, ni siquiera en el caso de las plantas anuales). La demora en florecer se puede acortar, en cierta medida, seleccionando la época en que comienza la multiplicación: una siembra temprana permitirá que algunas de estas herbáceas florezcan el primer año, como ocurre con Aquilegia y Delphinium perennes.
Muchas de las plantas denominadas “bulbosas”, como lirios (Iris, izquierda) y narcisos (Narcissus, derecha), son en realidad herbáceas perennes con órganos de reserva subterráneos.
El tamaño de los envases para criar estas plantas no es pequeño: deben tener como mínimo un litro de capacidad, y a menudo dos o más, lo que aumenta mucho los costos de producción. Dos buenos ejemplos son senecio gris (Cineraria maritima, derecha) y geranio (Pelargonium, izquierda).
En nuestras latitudes hay un problema de manejo adicional que no ocurre en los países en donde nieva o hay heladas severas. En estos últimos, durante los meses de invierno las tareas del jardín se suspenden. Aquí no, nuestro clima permite seguir adelante. Entonces, ¿cómo convivir con estas plantas durante el invierno, cuando su atractivo es menor? Una solución es intercalar prímulas o pensamientos durante los meses más fríos, y luego tener el valor de arrancarlas a tiempo, aunque aún luzcan vistosas.
Otro problema se presenta cuando tenemos herbáceas perennes vivaces, que pierden la mayor parte de su follaje durante el invierno y podemos estropearlas o arrancarlas sin darnos cuenta al trabajar el cantero. Para evitarlo conviene marcar cuidadosamente su ubicación. La misma precaución conviene tomar con las bulbosas porque, si los bulbos son dejados en el cantero sin ninguna marca de su ubicación, no podemos prever dónde aparecerán exactamente los nuevos brotes.
¿Por qué insistir, a pesar de estos inconvenientes, en el uso de estas plantas?
Porque vienen a subsanar una carencia de nuestros jardines: la de plantas que, por su tamaño, se ubiquen entre la cortina de árboles y arbustos de fondo y el borde del cantero. Es decir, hacen falta plantas vistosas y de altura adecuada para llenar ese espacio, y esto lo logramos con las herbáceas perennes, cuya variedad nos ofrece muchas alternativas de plantas entre 60 cm y 1,5 m de altura.
Son indispensables para formar los canteros florales que podemos admirar en jardines del hemisferio norte, donde su uso es común. En nuestro país tenemos una oferta aceptable de variedades de florales de estación, pero la oferta de herbáceas perennes tiene todavía muchas carencias, no tanto en variedad, sino en disponibilidad de las mismas.
¿Qué otras ventajas nos otorgan, además de llenar el “escalón” que existe entre arbustos y pequeñas plantas de borde?
Unas florecen en forma prolongada. En veranos frescos y algo lluviosos, algunas variedades no dejan de florecer desde la primavera hasta fines del verano, como Perovskia y Gaillardia.
Otras pueden dar dos floraciones durante la temporada, como es el caso de Achillea y Centranthus, que florecen en primavera, tienen un reposo en verano, y luego, a fines de esta estación y en otoño, vuelven a florecer.
También pueden ser muy vistosas por sus hojas, como es el caso de especies y cultivares de Alternanthera y algunos Pelargonium.
Permiten escalonar la floración: un cantero con unas diez variedades de perennes siempre tendrá alguna flor a lo largo de la estación.
Se adaptan a las más variadas situaciones. Hay perennes que prosperan bien a pleno sol, otras a media sombra, como Campanula y Verbascum.
Ciertas especies prefieren lugares húmedos como orillas de estanques, como Iris pseudacorus e Iris kaempferi.
Algunas herbáceas se adaptan al cultivo en rocallas secas y terrenos arenosos, como Lampranthus y Gazania.
Son, en su mayoría, muy apreciables flores de corte, de manera que la casa puede ser abastecida por su jardín. Tal vez el ejemplo más conocido sea el Agapanthus, cuyas flores adornan las mesas a fin de año.
Ocupan importantes espacios en el cantero, ya que la mayoría se extienden lateralmente y pueden ser utilizadas como plantas cubresuelos. En ese sentido, por el espacio que ocupan y además por su persistencia, son más económicas que las plantas anuales. Vinca major y Lamium son buenos ejemplos.
Permiten realizar diseños de jardines a mediano y largo plazo, al no tener que efectuar su reposición periódica, como ocurre con las anuales. También es habitual su uso en macetas y jardineras.
Y, a la hora de recuperar el perfume que se ha perdido en los jardines modernos, también nos brindan buenas opciones, como Hedychium gardnerianum.
Las herbáceas perennes se cultivan en forma exitosa cuando se conoce bien su comportamiento y su mantenimiento.Con más de 150 especies en nuestro medio, y un clima que permitiría la introducción de muchas más, las herbáceas perennes son un campo fértil para seguir trabajando en aras de mejorar nuestra horticultura ornamental.