Es común pensar que para diseñar un jardín lo primero es tomar las medidas del terreno y dibujar un plano a escala sobre el que dispondremos los distintos componentes de nuestro proyecto. Es verdad, pero la experiencia nos dice que en ese bosquejo hay más cosas en juego.
Cuando nos enfrentamos a imaginar un futuro jardín, pocas veces empezamos realmente de cero. El jardín se presenta ante nosotros con su historia. Nosotros nos acercamos a él con expectativas, sueños y también con nuestra propia historia. ¿Tenemos afición por la jardinería? ¿Cuánto sabemos del oficio? ¿Disponemos de tiempo para dedicar al jardín? ¿Cuánto dinero podemos destinar mensualmente para su mantenimiento? Estas simples preguntas nos permiten poner en claro qué jardín estamos en condiciones de sostener en el tiempo: uno que requiera bajo, mediano o alto mantenimiento. De esto dependerá el diseño y la elección de las plantas.
Si el jardín que proyectamos va a ser de bajo mantenimiento, para asegurar que luzca bien optaremos por un diseño de líneas sencillas con poca variedad de especies, que no sea necesario renovar con frecuencia y que no necesite cuidados especiales en materia de nutrientes, poda y riego.
En el otro extremo, un jardín de alto mantenimiento podrá tener un diseño más complejo, con más componentes estructurales, plantas numerosas y variadas y, sobre todo, nos podremos dar el lujo de incluir ejemplares que requieren cuidados especiales o frecuentes.
En general partimos de un jardín ya establecido, sea el de nuestra futura casa o el de nuestra vivienda actual, que tenemos ganas de renovar. Ese jardín tiene una cierta estructura. Alberga plantas que fueron elegidas y ubicadas donde están por algún motivo, más otras que crecieron espontáneamente. Algunas de ellas conservan todo su valor, pero otras tal vez han perdido su forma y sentido. Antes de comenzar a diseñarlo, es importante que observemos los ejemplares que ya existen en el jardín para evaluar cuáles se pueden rescatar y cuáles habrá que eliminar.
El jardín no es un plano. Lo tenemos que concebir en tres dimensiones. Imaginarnos caminando por él es una buena forma de ayudarnos a plasmar en el diseño lo que anhelamos que sea nuestro jardín. Pero antes que ninguna otra tarea, tenemos que despejar el panorama.
• Sanear
Los ejemplares en mal estado sanitario —que no es posible recuperar sin que pierdan sus cualidades— hay que sacarlos de raíz para evitar cualquier rebrote, y quemar los restos para prevenir contagios futuros. Los ejemplares muy débiles —por estar mal ubicados o con carencias nutritivas— también tienen que ser eliminados de raíz (se pueden utilizar sus restos para compost). Si son recuperables, y nos interesa mantenerlos, tenemos que cambiar de lugar los que están mal ubicados (el transplante debe hacerse en invierno) y corregir las deficiencias del sustrato de los que presentan carencias.
• Descartar lo que no nos gusta
Todos tenemos nuestras preferencias y rechazos en materia de colores, texturas y hasta especies de plantas. Sin embargo, antes de eliminar sistemáticamente ejemplares que no nos gustan, démosles la oportunidad de ser parte del diseño. A su favor tendrán el estar adaptados al lugar y muchos de ellos habrán alcanzado la plenitud de su desarrollo. En el nuevo entorno podrán adquirir un interés que previamente no les habíamos encontrado.
• Deshacerse de lo que desentona
Las decisiones en este punto pueden ser difíciles de tomar cuando se trata de especies que nos gustan o ejemplares a los que les tenemos afecto. Pensemos en cederlos a alguien que las aprecie.
Una vez que tenemos claro lo que permanecerá, es el momento de proyectar: qué plantas tenemos que conseguir, y dónde las vamos a colocar.