Crear, en una casa montevideana, un espacio mágico donde residentes y visitantes pudieran sentirse inmersos en la naturaleza y olvidarse del cemento de la ciudad. Ese era el pedido de la propietaria, quien además soñaba desde siempre con tener un estanque natural, con peces y vegetación acuática, y deseaba integrar su colección de crasas al nuevo jardín. Tres jóvenes diseñadores aceptaron el desafío. He aquí el resultado.
(Fotos proporcionadas por los creadores del proyecto)
El fondo de la casa no era un área tratada como jardín, sino un espacio verde sin un diseño pensado, donde se destacaban un ejemplar grande y añoso de aromo (Acacia dealbata) y un floripón blanco (Brugmansia arborea). La única atención que recibía era el corte de césped y la poda de los cercos vivos laterales.
Se realizó un bosquejo primario sobre el cual se trabajó con la propietaria, buscando conciliar sus deseos con las posibilidades del espacio preexistente. Se definieron cuatro áreas claramente diferenciadas: 1) una rocalla para las crasas, 2) un estanque con muelle, 3) un área de contemplación, bautizada con el nombre “rincón de los enamorados”, y 4) un área de reunión. Acordados estos espacios, se propuso conectarlos mediante senderos de piedra y un puente sobre un pequeño curso de agua que fluiría desde el estanque hasta el rincón de los enamorados. El proyecto fue bautizado con el nombre “Yaruto: un jardín oriental”, por la picardía de incluir elementos con cierto aire de jardín japonés pero “a la uruguaya”.
Recorrida por el jardín
El rincón de los enamorados se ubicó bajo la sombra del aromo. Allí se colocó un tronco para sentarse, apostando a que, una vez que creciera la vegetación implantada, diera la impresión de estar en un bosquecito encantado.
El espacio de reunión es simplemente un área con troncos dispuestos alrededor de uno mayor, central, que oficia de mesita, sobre un piso de piedras a la sombra del floripón.
El muelle, cuya función debía ser conectar el patio de la casa con el estanque, fue construido con tablas de eucalipto y pinotea. Sus pilares se cimentaron con dados de hormigón en el fondo del estanque.
Para la construcción del estanque, primero se cavó el pozo, que se revistió con una lona impermeable, y luego se tapizó con piedras el fondo y el borde. Se colocaron macetas en lugares elegidos dentro del estanque, en las que se plantaron lirios, papiros y totoras como vegetación emergente. Al estar dentro de recipientes, se limita su crecimiento y se evita que invadan todo el espacio. Se completó la vegetación con otras plantas acuáticas, entre ellas camalotes, cuya floración resulta de gran atractivo. En los bordes, como elemento decorativo y para fusionar ambientes, se colocaron musgos que se adaptaron exitosamente al lugar.
Se introdujeron también una serie de animales acuáticos: caracoles de río, una tortuga y varios peces: limpiafondo, vieja del agua y un casal de castañetas. En poco tiempo, el casal de castañetas se reprodujo varias veces, lo que permitió comprobar que se había logrado crear artificialmente un verdadero ecosistema.
La rocalla de piedras se armó utilizando la tierra extraída para la construcción del estanque, formando terrazas donde se plantaron las crasas.
La caminería que une las diferentes áreas es un gran puzzle conformado por cientos de piedras acomodadas y asentadas, una por una, sobre tierra y arena. En el sector donde el sendero se divide hacia el puente y hacia otros lugares del fondo de la casa, se construyó una rosa de los vientos hecha con diferentes tipos de piedras.