Pasto dibujante, senecio, redondita de agua, junco de playa… Están aquí, en la playa de Punta Negra, desde hace incontable tiempo, tanto que no se puede medir en años, ni siquiera en siglos, adaptadas a los vientos que no dan tregua, a la salinidad del aire, al sol abrasador de la costa de Maldonado. Pero son herbáceas silvestres, pastitos que nadie mira, aunque todos ven. Los botánicos las llaman pioneras porque fijan de manera natural los médanos de la costa y fundan la sucesión vegetal que lleva a la formación de suelo en los campos cercanos a la playa.

Dodoneas de escasa altura, seguidas por espinas de la cruz, cardones, tunas, enredaderas y helechos, forman el entramado denso y parejo que cubre la pendiente como un manto cortado a la medida. Asociación milenaria de especies que han acomodado su forma de arraigar y de extenderse a los vaivenes de la duna sin dejarse arrasar por el viento, estabilizando la arena y evitando la erosión costera. Un mosaico de vegetación espinosa que, por serlo, no atrae a los herbívoros, que administra con perfecta eficiencia las escasas fuentes de agua dulce a su alcance y tiene su propia estrategia para transformar la energía del sol y el nitrógeno del aire en nutrientes. Plantas nodrizas, guardianas de la biodiversidad, que preparan y protegen el desarrollo de otras plantas y dan cobijo y sustento a multitud de aves. Una maraña que no es maleza sino matriz. La más apta para regenerar el matorral en sitios donde la acción humana lo extinguió y sustentar un manejo costero integrado, viable, durable.

La playa de Punta Negra es una de las mejores conservadas porque la carretera se hizo alejada de la orilla. Y también porque los vecinos han logrado poner una barrera para evitar que sigan entrando vehículos a la arena por una calle que venía perpendicular a la playa. En San Francisco, en cambio, la ruta se construyó en el primer cordón dunar. Por haberla ubicado mal, la carretera se cubre de arena; para que se pueda transitar entre Piriápolis y Punta Colorada intervienen las retroexcavadoras y, al sacar la arena, van destruyendo toda la vegetación que fijaba la duna.

Proezas de supervivencia

Viento, sal, poca agua dulce. No cualquier planta vive acá. Muchas de las especies del matorral son endémicas, solo crecen en este lugar del planeta. Otras presentan formas de crecimiento muy diferentes al que tienen en otros ambientes: la misma Dodonea viscosa que encontramos en el monte en la costa tiene menos altura y otra forma, amoldada al terreno ondulado de la duna. Esa adaptación genética y esa biodiversidad son únicas e irreemplazables. Muchos estudios demuestran que es en las dunas, médanos y playas donde se concentra la mayor cantidad de especies endémicas, migratorias, amenazadas de extinción, y en un segundo lugar en las lagunas costeras y las puntas rocosas. Estos lugares no deberían ser alterados por las obras de urbanización, respetando la diversidad de vida que contienen y su irreemplazable valor patrimonial.

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